Nunca tuve la paciencia suficiente para cualquier cosa ,desde la papiroflexia, hasta algo tan cotidiano como la fritura de un huevo. El simple hecho de esperar podía amargar mi existencia sin dificultad alguna, pero jamás lo llegué a ver como un defecto, es más, encontraba defectos a la forma de ser de todos y cada uno de los individuos que se cruzaban en mi camino, menos en la mía. Pero como en todo lo bonito e iluso, siempre llega el ser que se dedica a escachar tus teorías y a dejar tu figura de '' persona con un grado de ignorancia básico'' en ''ignorante a secas''.Transcurrió en una de esas asquerosas mañanas de mayo. Me encontraba ya sentada en el asiento del metro a cuatro paradas de mi destino, con la mochila ocupando el sillín del acompañante, para evitar, de este modo, cualquier tipo de acercamiento hacia mi persona. Subió entonces él, el típico sesentón con aires bohemios, sombrero y expresión inocente. Dirigiéndose a mí de este modo:
- Pequeña, ¿está ocupado este asiento?
-No- respondí secamente con una cara que contradecía mi respuesta.
-Cuando me da por pensar de noche en mis defectos me quedo dormido inmediatamente- comentó como quien empieza la típica conversación de extraños que únicamente tienen en común el espacio y tiempo elegido para utilizar el transporte público.
No hubo ninguna palabra más en el corto trayecto que recorrimos, pero, si algún día nuestros caminos vuelven a encontrarse, jamás sabrá el tiempo que demoró dicha frase en mi mente. Eso sí, desde entonces, siempre llevo sombrero.


